Antonio Petit Pérez, por Alberto Portolés




El 12 de febrero de 2007 falleció en Barcelona nuestro compañero de promoción Antonio Petit Pérez. Era sacerdote de la Prelatura del Opus Dei. Nos habíamos ordenado juntos y antes habíamos estudiado y vivido juntos en Roma.


Antonio vivía desde hace unos 22 años con un riñón transplantado, por lo que necesitaba frecuentes atenciones médicas, pero nunca dejo de atender su ministerio sacerdotal, aunque cada vez estaba más limitado de salud.


Cuando nos ordenamos los dos fuimos al levante español: él a Cartagena y yo a Murcia, pero al año fui trasladado a esa ciudad ya que un sacerdote que vivía allí había sido trasladado a Perú. Estoy hablando de 1974 y fueron los últimos momentos que pasé con Antonio, ya que él se trasladó a Barcelona y yo continué por las tierras levantinas, por Alicante y luego Valencia. De esa corta estancia, recuerdo su socarronería y su afabilidad. Como dato anecdótico recuerdo que los dos teníamos un Mini, él verde y yo rojo y me reía de él, porque –modestamente- siempre le adelantaba en las competiciones urbanas cuando coincidíamos al volver de trabajar y siempre le decía que le ganaba porque él pesaba mucho y la prueba de ello es que la puerta del coche estaba abollada por dentro, como así era. Él se lo tomaba a broma y me decía: -Porto, tu siempre jo…...  Recuerdo algunos paseos y algunas veces que fuimos a la playa, pero esto poco, porque no nos daba la vida para ello. 


Antonio era un hombre bueno y generoso, que se entregó toda su vida a los demás. Desde el Levante se fue a Barcelona y luego a Sevilla a partir de 1996, pero volvió a Barcelona para morir allí. Madrid casí no lo pisó desde que se fue a Roma.


Según un testimonio de las personas que le acompañaron en sus últimos días y al que he podido acceder, en agosto de 2006 comenzó a estar muy fatigado, por lo que en septiembre pasó su revisión médica semestral y le diagnosticaron hipertensión pulmonar. El tratamiento que le aplicaron le ayudó a mejorar, pero a partir de enero de 2007 se fue apagando, poco a poco, pues sus dificultades para respirar eran cada vez mayores. 


El día de su muerte le despertaron a las 9 de la mañana, ya que estaba francamente mal. Tomó sus medicinas y, como seguía sin encontrarse bien, prefirió quedarse un poco más en la cama. A las 10,30 le oyeron gemir y, cuando entraron en su habitación para ayudarle, había dejado de respirar. Se avisó al médico de inmediato, pero ya nada pudo hacer. 


La persona, que le ayudaba diariamente en su Misa, le recuerda con particular afecto: “Era muy bueno. Estaba muy malito. Y me temía algo así, porque a veces le veía que ni tenía fuerzas para levantar el cáliz después de la consagración”.


Descanse en paz el bueno de Antonio.

7 comentarios:

  1. La verdad es que no puedo acordarme de Antonio sin emocionarme, sin recordar su ingenuidad y su bondad que a mi me parecía infinita, sobre todo por ingenua. Perdí muy pronto el contacto con él, como con todos, casi sin excepción, pero cuando me enteré que se había hecho sacerdote, primero, y, más tarde, de que había muerto, no pude menos que sentir un escalofrío por no haberle podido demostrar más fuertemente mi afecto, la solidaridad que se debe a quien intenta lo mejor, piense uno lo que piense, faltaría más. Recuerdo su manera de andar, siempre parecía ir torcido, y su sonrisa con aquella dentadura que parecía querer salir hacia todas partes. Para mi era la imagen misma de la bondad, la ingenuidad, la soledad y el desamparo, y espero que Dios lo tenga en su gloria y, sobre todo, poderle dar algún día el abrazo que no pude darle cuando estuvo enfermo y solo.

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  2. Soy Pedro Beteta y numerario del Opus Dei. Viví dos años en León con él. Yo era el Director (y por tanto laico, no sacerdote) de la residencia de la calle Republica de Argentina. Era muy bueno y tenía un gran corazón. La prueba es que muchos chicos bachilleres y universitarios se dirigían espiritualmente con él. Socarrón, listo, muy culto y sobre todo piadoso. Celebraba la misa diariamente y con mucha unción. Tenía muchos amigos sacerdotes por toda la comarca de León, Ponferrada, Astorga, etc., a los que visitaba asiduamente y les predicaba. Vaya, un cura chapó. Un servidor-ahora sacerdote- ya me gustaría tener las virtudes que vi en Antonio.

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    1. Efectivamente vivió en leon unos años. Tuve la gran suerte de conocerle y jamás podré olvidar todo lo que me ayudó y me sigue ayudando desde el cielo. Un santo varón. Y no digo más porque no tengo palabras para comprender como se pudo haber comportado tan mal la obra con él.

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  3. Los que le conocimos en León, nunca lo olvidaremos, el bautizo a mi hija Olga y me infundió esperanza de vida, seguro que Dios le está dando ahora, toda la felicidad que se merecía, gracias

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  4. El bautizo a mi hija Olga, me infundio fe y esperanza,cuando más la necesitaba,en León le recordamos con cariño y sé que DIOS, le tendrá muy cerca,gracias y sigue protegiéndonos,El, estará orgulloso de tenerte cerca.

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